Saturday, February 11, 2006

Marilyn Monroe: la Reina Sola.

MARILYN MONROE: / I de V
Por Waldemar Verdugo Fuentes.
Fragmentos Publicados en VOGUE-México.


La historia de Marilyn es similar al cuento de Cenicienta, pero sin un final feliz. En la anécdota trivial del hombre nuestro de cada día, ella, sin embargo, logró además legar la imagen de una posibilidad de felicidad más allá de la Pantalla. La historia de Marilyn, entonces, narra las vicisitudes de una muchacha sola y desamparada que se convirtió en reina de una época dorada.
Izquierda: Marilyn Monroe a los 18 años es retratada en una oscura dependencia del Ejército, donde ella trabajaba como obrera en la fabricación de paracaídas. Revelada la película, todos los oscuros laboratoristas advierten su belleza, contactándola con una agencia de modelos. Su primer trabajo fue posar desnuda para un calendario, y su belleza asombró al mundo.


Lo normal es que entre la muerte y nosotros no haya sino la forma de los otros seres. Una vez que vamos desapareciendo, no queda más que la muerte, que es el olvido. Esto es lo normal: vamos olvidando a los que parten antes. Con Marilyn Monroe, la más grande estrella cinematográfica del siglo XX, ha sucedido lo contrario. Pareciera que cada vez que la vemos en una de sus cintas, más cercana se hace (quizás sí el cine no se inventó sólo para eternizarla).
Marilyn Monroe llegó al pináculo de su carrera profesional hace cuarenta años, en 1953, cuando filma “Los caballeros las prefieren rubias”, “Niágara” y “Cómo casarse con un millonario”. Ya ninguna otra estrella de Hollywood la superaría en gloria, pero la fama no la hizo feliz. Vivía errante de casa en casa –como en su infancia- sola con una maleta llena de restos de ilusiones. Fue siempre actriz, porque la índole especial de su sino la obligó a escoger un oficio de esos que se ejercen entre el cielo y la tierra. Ya en 1953 estaba entregada a las fieras que intentaban devorarla, pero, aún mantenía el ejercicio de sus alas. Veía su cuerpo pegado en las paredes, cortado en menudos trocitos de letras luminosas, imantando al resto del mundo, fuera de ella misma. Quizás por esto caminaba así, tan distinta a todas las otras mujeres, desplazándose como si sus pies untados de niebla la elevasen suavemente de la tierra, y, por dentro, en el alma el vértigo que al final enturbió sus ojos.
Quienes la conocieron la recuerdan extraordinariamente frágil, como un cristal que estallaría al menor contacto, emanando tanta vida que parecía agitarse siempre la muerte a su derredor, por debajo de ella, como una aparición angélica (es cierto que todos los ángeles mueren jóvenes). Dicen sus amigos que de cerca parecía envuelta en alas, que de su pecho dibujado por senos perfectos parecía brotarle un corazón más pesado y grande del que pudiera sostener. Sabemos que, al final, murió devorada por la fiera implacable, sin embargo, ella fue siempre en secreto la domadora de sus sentimientos, de su corazón fenomenal. Nació sin padre conocido, lo que es ya un principio de soledad; luego, intentó su oficio cuanto se lo permitieron, obligada a un aislamiento definitivo allá en la altura; equilibrándose en la cuerda floja que le tendió su destino de estrella humana, expuesta medio desnuda a todo el planeta, sobre el viento abismal, sin dulzura.
Los hombres de su vida sólo fueron escalones que ella subió sin marcharse: el amor adolescente, un jugador de béisbol, un escritor, un agente de publicidad, un Presidente... todos terminaron asqueándola, con tanto falso atributo de virilidad ante ella que sumaba a todas las mujeres. No es dudoso afirmar que no fue feliz con ninguno, no demasiado tiempo. Ningún hombre consiguió atarla a la Tierra. La excusa es decir que ella nació asustada del encierro en esa geometría delimitada que hace un hogar; que cuando intentaron crearle su casa, terminaba, siempre, en un solo batir de alas. El caso es que, de todos los hombres de su tiempo, a ninguno le fue dado ser su compañero en el cielo. De manera que, aquí, su ternura sin válvula de escape, acabó expresándola cuando se le daba un permiso como de día sábado. Y no lo soportó: ahogada en su último domicilio conocido de Helena Drive, en Los Ángeles, una noche, simplemente, abrió al vacío la puerta y se fue más allá.
Se dice que todas las especies (en particular la humana) se admiran apasionadamente a sí mismas, siendo el cuerpo propio la única verdadera forma consentida. Marilyn fue mucho más lejos: se le notaba en sus ojos transidos de preguntar a los espejos qué se esperaba de ella, quizás rogando que una sonrisa respondiera a la suya, temblorosa, con el aliento de sus labios cada vez más lejos del cristal, aclarando el reflejo y enfriando el espejo. Marilyn fue la única en no amar lo que era. Sola, lloraba amargamente lo que no era. Despreciada por todos, como sucede al artista en el pináculo de la gloria, sin más posibilidad que bajar al no poder llegar más alto, ella intentó desde antes sacar su alma triste fuera de sí misma, soñando con una infancia más clara de lo que fue la suya, y, ya agotados los sueños, se apagó naturalmente.
En sus últimas fotos vemos su cuerpo, perfecto, derrochando despavorida ansiedad, sus labios apretados, como nunca antes, luchando por sonreír, pálida como la pared de una herida, y sus ojos semejantes al lapislázuli enfermo. El siglo XX posee en su memoria, al menos, tres relatos diferentes de su partida, que no son sino tres caras de una misma desgracia: la vida que sufrió. Sin embargo, nada le daba miedo: ni los fantasmas ni el número trece ni el color amarillo en los ojos de los gatos. Sólo fue que no soportaba sentirse sola, abandonada, por eso, siempre habló en voz baja, como en un susurro, para no molestar, para hacer grata su presencia. Pero nadie entendió. Y sucumbió ahogada en todas las lágrimas que con valor no derramó jamás. Pues, nunca, nadie vio llorar a Marilyn. Estaba sola. Así, al final, conducía acelerando su auto, en la carretera a orillas del mar, en pos de ninguna parte o buscando cualquiera parte; era en las noches de California una mujer más, derrochando el capital fantástico de coraje acumulado en sus años de temeridad, cuando se inició en Hollywood. Aún cuando nunca se creyó eterna por creerlo cosa de locos, por eso recorría las pistas de la ciudad simplemente buscando un rostro, nada más. Pero arrastrando recuerdos de muchas huidas, de la miseria infantil y de peligros independientes que la acechaban, turnándose, y, secretamente, emparentados sólo con su alma. Fue Marilyn la máxima y más triste mujer de una época amenazada, resabio de dos guerras mundiales.
Su madre, Gladys Baker, técnico cinematográfico que empalmaba negativos revelados en la entonces Consolidated Film Industries de Los Ángeles, la bautizó como Norma Jean, nacida el primero de junio de 1926. Cuando le preguntaron el apellido que llevaría su hija, en el Hospital General de L.A., Gladys anotó el de su segundo marido, Edward Mortensen, de quien estaba separada hacía años. En verdad, Marilyn fue hija de un inmigrante danés, y Gladys, una vez dada de alta en el hospital, llevó a la niña a la casa de su madre, Della Monroe, quien vivía en Hewthorne, al sudoeste de la ciudad, dejándola allí. Della Monroe estaba enferma. La leyenda dice que ya entonces había encaminado sus pasos hacia la locura, y, cuando Marilyn tenía un año, trató de asesinarla. Marilyn le contaría, años después, a Arthur Miller: “Recuerdo despertarme de una siesta peleando por mi vida. Me apretaban algo contra la cara. Puede haber sido una almohada. Yo luchaba con todas mis fuerzas.”
La pequeña Marilyn fue acogida, entonces, por unos vecinos de Della, los Bolender, que no tenían hijos y cuidaban niños ajenos por una pequeña paga. Con ellos estuvo hasta los siete años, cuando Gladys la fue a buscar para seguir criándola. A Milton Greene, un fotógrafo amigo, Marilyn le confesó, muchos años después: “Mi madre era una joven mujer que no sonreía nunca. Tampoco jamás me besó o abrazó. De hecho, no hablaba, y yo no sabía mucho sobre su persona... cuando recuerdo a mi madre se me encoge el corazón aún mucho más que de pequeña. Tengo pena por las dos...”. En 1934, al volver a su casa desde la escuela, Norma Jean se encontró con que a su madre, “se la llevaron muy enferma, como fuera de su mente.” Gladys llegó al mismo asilo en que en 1927 había muerto su abuela. El diagnóstico de ambas: esquizofrenia. Marilyn quedó sola a los ocho años y ya, en cierta manera, nunca dejaría de estarlo.
Desde esa edad, pasó por orfelinatos y casas de familias una y otra vez; desde los ocho hasta los dieciséis años vivió en once hogares adoptivos diferentes, y en diversos pueblos de la geografía californiana. Fue víctima de abusos. Después de su muerte, y cuando su casa, que era poco más que una alcoba, fue revisada prolíficamente para encontrar algún mensaje que aclarara su deceso, se encontró, naturalmente, infinidad de joyas valiosas, dinero, vestidos finos, muchos premios, cajas y cajas con cartas de amor de hombres de todo el mundo, pero, no se encontró ninguna foto de infancia donde ella apareciera verdaderamente feliz. Sus Navidades no tuvieron magia. Alguna vez recordó: “Ellos (aludiendo a la familia de paso en que vivía), tenían hijos, y para Navidad había un gran árbol decorado. Todos recibían regalos, pero yo no. Uno de ellos me dio una naranja. Me recuerdo de ese día de Navidad en donde yo tuve una naranja para comérmela sola.”
En una entrevista, cierto día, le preguntaron:
-De su infancia se habla siempre mucho, y siempre para contar una historia muy triste. ¿Qué hay de cierto en todo eso?
Y Marilyn respondió:
-“Se lo puedo aclarar con dos anécdotas. La primera familia con la que viví me dijo que o debía ir al cine porque eso era pecado. Me decían que el fin del mundo se acercaba y que si yo estaba pecando cuando el mundo se acabara, me hundiría muy hondo. Así que las pocas veces que podía entrar a escondidas a un cine, me pasaba la mayor parte del tiempo rezando para que el mundo no se acabara. Las personas con quienes vivía se inquietaban porque reía demasiado fuerte. Seguro que me creían histérica. Pero se trataba solamente de una sensación repentina de libertad. Cuando preguntaba a los chicos: “¿Me prestas tu bicicleta?”, y ellos me decían “claro”, yo arrancaba inmediatamente a toda marcha, riendo a carcajadas hasta la punta de la calle, y los chicos me esperaban subidos a la acera. Yo adoraba el viento que me acariciaba.”
Decidió casarse a los dieciséis años. No hacía más que huir de su vida. Se casó con alguien como ella, era un hombre pobre de un barrio de Los Ángeles, un obrero de 21 años que, al ser llamado a enrolarse en las Fuerzas Armadas, llevó a Marilyn a emplearse en una fábrica de construcciones de paracaídas; allí, en su trabajo, en Burbank, un día de enero de 1945, y en una centésima de segundo, se fraguó su destino: un fotógrafo tomó fotos de las mujeres de la fábrica para ser utilizadas en un reportaje acerca de la contribución femenina en la guerra; revelada la película, todos los oscuros laboratoristas advierten la belleza y fotogenia de Marilyn, contactándola con una empresa publicitaria, donde le ofrecen trabajar de modelo. Así fueron sus comienzos, viviendo con treinta centavos de dólar al día. Al mes siguiente de que le quitaran su antiguo auto por no haber podido pagar sus cuotas, le ofrecieron posar desnuda para un calendario, y lo hizo, por cincuenta dólares que le pagó el fotógrafo Tom Kelley. La propia mujer de Kelley compuso el terciopelo rojo sobre el que Marilyn, con su forma perfecta de mujer, asombró al mundo. Las vibraciones sexuales del retrato causaron hasta alarma oficial, ligas de decencia llegaron a pedir que se prohibiera su envío por correo. El asunto la ayudó a consolidar un contrato con la 20th Century Fox, que le creó esa imagen de “rubia tonta” que a Marilyn perturbó enormemente. Según cuenta Lena Pepitone, la estrella, casi al final de sus días, dijo:
-“Empecé como rubia tonta y fácil. Y voy a terminar siendo lo mismo.”
Entonces, Marilyn, se inició en la pantalla en películas triviales como startlet de dudosa reputación, encantadora y sexy. Con su letrerito “the good bad-girl” al cuello, que terminaría por asfixiarla. Ella quiso ser actriz de Hollywood, y, desde sus comienzos, luchó por ello. En la Century Fox, Marilyn se integró de inmediato a su Laboratorio de Actores donde enseñaba Phoebe Brand, alta actriz del Group Theatre del Nueva York de entonces. Fue su primera muestra, y señalaría de Marilyn, años más tarde:
-“Llegaba al Estudio y se comportaba con gran timidez, pero, absolutamente atenta a todo cuanto yo decía. Cuando le pedía un ejercicio nunca supe qué hacer con ella. Era extremadamente retraída. No sabía qué pensaba del trabajo, y cuando le hablaba, se limitaba a escucharse sin omitir opinión alguna. Nunca me imaginé que lograría ser única en su encantador estilo para la comedia. Marilyn tenía 21 años, y, en verdad, sólo era una chica más que pasó en mis clases... es como si yo hubiera estado ciega. No la vi diferente a las demás, excepto en su timidez. Aún así, logró trabajar desde un comienzo.”
Su nombre nació en 1946. Se lo creó el publicista Ben Lyon, cuando llegó el momento de la primera cinta en que se la cita: ¡Scudda Hoo! ¡Scudda Way! En 1948 vence su contrato con la Century Fox y no se lo renuevan. Un año de privaciones económicas y de tocar puertas hasta que la RKO la contrata sólo para actuar 30 segundos en una película de los Hermanos Marx, “Amor en conserva”. No le bastó más: convence de inmediato. Durante el estreno privado de la cinta, Marilyn, con todos sus miedos, se aferró a la primera persona que encontró cerca suyo, confesándole, con sencillez, su nerviosismo. Esta persona resultó ser Louella O. Parsons, la mítica cronista de chismes fotográficos, que publicaba su columna diaria en los medios impresos de William R. Hearst, distribuidos en todo USA y varios otros países. Por Louella el mundo se enteró que la chica del calendario se había criado en orfelinatos y había tomado su nombre de la actriz Marilyn Miller y el apellido de su abuela que estaba en un asilo de dementes, como su madre. De inmediato, también escriben acerca de ella las otras grandes cronistas de Hollywood, como Elsa Maxwell, Hedda Hopper escribió:
-“Marilyn no tendrá valor para salir de la mediocridad que marcará sus trabajos futuros.”
Terrible profecía. La actriz debió asumir un rol que terminaría por asfixiarla: el de mujer-cuerpo, sin nada piel adentro. En una entrevista de 1954 a María Romero, la cronista latina de Hollywood, decía Marilyn:
.”No olvidaré mi estupor cuando Mr. Zanuck me mandó llamar para ofrecerme un contrato. Al oírle, le dije: “ ¡Pero si me ha tenido usted contratada, despidiéndome porque no sería!”, a lo que el magnate del estudio respondió, sin inmutarse: “No importa. La contrataré de nuevo, y esta vez la ocuparemos”... Hice muchas películas, pero apenas abrí la boca... algunas de mis primeras intervenciones ni siquiera se vieron, porque, por una razón u otra, se cortaron las escenas en que yo aparecía; en otras, resulta difícil recordarme por corto de mi actuación.. ganaba muy poco. Ahorré en todo lo que pude, menos en mis estudios. Preferí no comer, pero no cortar mis cursos. Ganaba unos dólares yendo a las casas de los empleados del Estudio para cuidar sus niños mientras los padres salían de paseo. Nunca dejé de creer que debía prepararme por si se presentaba la oportunidad...”
Marilyn debió trabajar aún en una media docena de películas triviales, en que su nombre ni siquiera aparece en el reparto, hasta 1950. En esa época conoció a Johnny Hyde, uno de los más influyentes representantes de estrellas de le época de oro de Hollywood. Hyde se enamoró y ayudaría a Marilyn. Él era un hombre cabal, y, para ella representó un amigo en tiempos difíciles, pocos meses, pues Hyde había de morir poco después; pero, antes, y, quizás tal cual un canto del cisne, le enseñó a Marilyn muchos trucos que, felizmente, aplicaban otras estrellas (no, en vano, él había lanzado a la fama a Rita Hayworth). De Hyde, ella aprendió a sonreír siempre, aprendió a modular la voz hasta crear su característico hablar susurrante, como se habla en la intimidad, y que había de encantar al mundo. Y él había de lograr el primer filme en que aparece mágicamente Marilyn: “Mientras la ciudad duerme”, dirigida por John Huston, y que inicia, formalmente, la corta serie de películas que nos dejara la estrella. También Hyde consigue que Marilyn sea incluida en el reparto de la última cinta que filmaba, entonces, otra de las grandes de Hollywood: Bette Davis. Junto a ella, y dirigida por Joseph L. Mankiewicz, trabaja en “La malvada”, que, cuando se estrenó ese 1950, fue un gran éxito, y lo sigue siendo en las funciones nocturnas de televisión que incluye películas consagradas. En la cinta, Marilyn hace de amante estupenda y medio tonta, con mucho que lucir pero poco que decir, y, en gran medida, marcó el rumbo de los personajes que hubo de interpretar después; mujeres-objeto, poco inteligentes, pura presencia sexual que, por sola obra de su gracia, ella doraba con un inimitable toque de elegancia, porque, digámoslo, nunca se ve vulgar. En algunas de sus cintas estelares, el personaje que interpreta ni siquiera tiene nombre, y, sin embargo, su impacto a través del simple celuloide es impresionante. Es como un bello milagro. Inmediato a su éxito en “La malvada”, Marilyn filma “Pasaje para Tomahawk”, “La bola de fuego”, “Viudas adorables” y “Tempestad de pasiones” (1951), en que interpreta a una obrera en un mercado de pescados. Ese mismo año trabaja en “Me jugué la mujer”. En 1952 filma “Niágara”, donde, decididamente muestra sus dotes de actriz sólo apoyada en cortos parlamentos. Ese año filma también “Vitaminas para el amor”, “Travesuras entre matrimonios”, “Risas y lágrimas” y “Pase sin llamar”. En 1953 se establece definitivamente en la memoria colectiva, cuando filma “Los caballeros las prefieren rubias”. Desde entonces ya se habla de ver una película “de Marilyn Monroe”. El Estudio le ha subido el sueldo y, desde entonces, por lo menos, el fantasma del hambre desaparece de su vida. De inmediato, se la ve deliciosa en “Cómo pescar un millonario”. En 1954 filma “El mundo de la fantasía” y “Almas perdidas”, su único western, dirigida por Otto Preminger.
© Waldemar Verdugo Fuentes.

M.M. : "Quería ser solo una Actriz".

MARILYN MONROE: LA REINA SOLA/ IIPor Waldemar Verdugo Fuentes.

Recibía ocho mil cartas semanales de sus admiradores de todo el mundo, sin embargo, ella vivió sola la mayor parte de su vida. Nunca pensó en llegar a convertirse en la máxima estrella del cine, sólo quería ser considerada como una mujer que trabajaba para ser mejor, nada más.

Nueva York contuvo la respiración mientras Marilyn filmaba esta escena para “La comezón del séptimo año”. De pie, sobre una rejilla del subterráneo, bajo la que se colocó un ventilador, la estrella muestra sus piernas, al momento que cientos de afortunados neoyorkinos, sujetos por cordones policiales, gritaban: “ ¡Más arriba, Marilyn! ¡Más arriba!.


Establecida como estrella, el año 1954, se casa con el beisbolista Joe Di Maggio, tan famoso en su país como ella en el mundo. Pasan la luna de miel en Japón, en donde un Oficial de la Marina le solicita a Marilyn que haga una actuación improvisada para los muchachos de su país enviados a la guerra en Corea. Ella, que yo no decía no a nada, cantó y bailó delante de las tropas. Lo que provocó un escándalo moralista; en “The New York Times” se publica:
“Las autoridades militares debían hacer algo por corregir la moral debilitada de los soldados, en lugar de estropearla aún más enviándoles a Miss Monroe a Corea. En dos oportunidades durante la presentación de la actriz, las tropas se alborotaron descontroladas, comportándose como niños mal educados en Times Square, en lugar de verse como infantes de marina orgullosos de su uniforme.”
Joe di Maggio pensó posible alejar a Marilyn de Hollywood, y la lleva a vivir a San Francisco, pero ella nunca pensó en dejar de trabajar. La ruptura se produce por un hecho tan absurdo que parece mentira. Marilyn viaja a Nueva York a filmar las locaciones de “La comezón del séptimo año!, y la ciudad de los rascacielos debe contener la respiración mientras la estrella filmaba sus escenas en una calle, de pie, sobre una rejilla del tren subterráneo, desde cuyo fondo un gran ventilador levanta la falda plisada de su vestido, dejando al descubierto sus piernas... rodeada por cientos de afortunados hombres gritando: “ ¡Más arriba, más arriba!” ... la escena, obviamente, era mucho más inocente de lo que parecía, pero Joe Di Maggio, perdido en la multitud, no resistió la impresión. Dos semanas más tarde, cuando Marilyn regresa a Los Ángeles, comunicó a la prensa su divorcio. En total, estuvo casada con el deportista nueve meses.
En diciembre de 1954, ya anunciada su separación, la estrella le dice a María Romero:
-“Nadie lamenta más que yo mi fracaso sentimental. Habría querido amar y ser amada de veras, para siempre... no podré ser feliz mientras no tenga un hogar, muchos niños... Joe es un hombre excelente, lleno de cualidades. Fue una lástima que no pudiéramos seguir juntos.”
Lo cierto es que Di Maggio, durante el resto de vida de la estrella, nunca la abandonó. Viéndose regularmente a ambos cenando en algún sitio de moda o yendo a un estreno. Es cierto que, de los hombres que fueron compañeros de Marilyn, él fue el más constante. Y, a pesar del corto tiempo que vivieron juntos, para ella fue importantísimo. En conversación también con María Romero, ella le pregunta por algún momento que quisiera recordar especialmente de su vida, remontándose Marilyn a su luna de miel con Di Maggio en Japón y su posterior viaje a Corea. De su actuación ante los soldados, dijo la estrella:
-“ ¡Si usted hubiera visto la concentración con que me escuchaban mientras yo cantaba! Se formaba entre el auditorio y yo tal corriente de fraternidad, que me olvidaba de todo lo que ocurría a mí alrededor. El escenario había sido instalado a la intemperie. Hacía frío, pero no lo sentía. Recuerdo que en una oportunidad, mientras bailaba y cantaba, tuve la sensación de que algo me caía en los brazos, en la cabeza, en los hombros desnudos. Era nieve... Los cabellos comenzaron a chorrear agua y a pegarse en mi cara, pero yo seguí cantando... Y luego, cuando salía para regresar a mi alojamiento, encontraba que afuera del teatro había cientos de soldados aguardándome. Eran los que no habían tenido cabida dentro. Se instalaban en la falda de la colina, en hileras, como en un anfiteatro. No les importaba la inclemencia del tiempo. No me olvidaré del grupo de soldados turcos, con sus rostros morenos, sus ojos ardientes, y sus grandes mostachos salpicados de nieve...”.
En 1955, junto con el estreno de “La comezón del séptimo año”, la crítica alrededor de su trabajo se divide: para unos, Marilyn es comentada como la mejor comediante de Hollywood; otros la consideran mediocre o irresponsable, como Otto Preminger, que declara esos días a Hedda Hooper: “La dirigí el año pasado en “Almas perdidas”, junto a Robert Mitchum, y no la dirigiría otra vez ni por un millón de dólares. No por el aspecto artístico, sino porque es denigrante esperar interminablemente a alguien que llega atrasada o no llega, sin dar ninguna explicación.” Lo cierto es que ella estaba, desde entonces, en guerra consigo misma. Decidida a quebrar esa imagen de rubia y tonta que le colgaba Hollywood, sabía, además, que sin no trabajaba, no subsistiría. Ironizando la situación, en entrevista de Louella O. Parsons, la estrella dice:
-“Cuando nos pidieron a Jane Russell y a mí que dejáramos nuestras huellas en el cemento húmedo del Teatro Chino de Grauman, junto a la señal dejada por la nariz de Jimmy Durante y a la de la pierna de Betty Grable, sugerí a Jane se “agachara” sobre el cemento húmedo, y que yo, al contrario, me “sentara” encima. No me aceptaron la idea.”
Quería ser sólo una actriz, nada más. Con decididos planes se enfrenta a la Century Fox y firma con ellos su último contrato: compromiso de filmar sólo una cinta por año y libertad para producir sus propias películas, además. Exige que sólo aceptará ser dirigida por los siguientes directores: John Huston, George Cukor, Joshua Logan, John Ford, Alfred Hitchcok, Vicente Minelli, Vittorio de Sica, Fred Zinnermann... todo le es concedido. Luego, y ante el estupor de Hollywood, se traslada a estudiar en Nueva York, como alumna regular del “Actor’s Studio”, el más celebrado laboratorio de actores de USA, creado por Lee Strasberg y Elia Kazan. Desde esa época, Marilyn traba amistad con la mujer de Strasberg, Paula, con quien ensayaría, a partir de entonces, sus películas. Lee Strasberg, que la recibió en Nueva York declaró años después:
-“Marilyn era un caso en sí. Cuando vino por primera vez al “Actor’s Studio” era ya una actriz famosa internacionalmente. Pero ella estaba descontenta. Quería transformarse en actriz después de haber sido convertida en “diva” por los estudios de Hollywood. Marilyn poseía un verdadero talento, desperdiciado en manos de los productores y de los fabricantes de personalidades de celuloide. En sus películas usaba solamente una personalidad impuesta, era una actriz “tipo”, una muchacha viciada por el éxito, llena de complejos, y, sobre todo, obsesionada por la idea de ser sólo un objeto. Y tenía razón, ya que siempre fue usada como un objeto. Cuando tenía que interpretar un nuevo personaje, recurría siempre a algún cliché, ya que le era imposible lanzar fuera de sí toda la verdad que había en ella. Es indudable que ciertos clisés son necesarios, pero sólo para reforzar la verdad interior del actor. Esto fue lo que yo me esforcé en enseñarle. Y creo que Marilyn logró descubrir su verdadera personalidad, sus auténticas posibilidades como actriz, pero ya era demasiado tarde. Por mucho tiempo había estado habituada a ser usada como un fantoche, como una muñeca bellísima y obediente, símbolo de la atracción sexual para millones de espectadores, sólo porque los productores de Hollywood lo habían decidido así. Pero la “muñeca mórbida” que se empeñaron en hacer de ella, era muy distinta en el fondo... la verdad es que resulta muy duro para cualquiera vivir en el mundo de Hollywood. Y para ella, tan frágil, era mucho más duro aún. Sus últimos personajes los ensayó con Paula, que fue colaboradora incansable; mientras ensayaban, Paula, a menudo, me decía: “Tiene miedo la pequeña”.
Lo cierto es que, a Marilyn nunca le gustó Hollywood, según se lo confesó a Truman Capote, en una entrevista memorable que viene en su libro “Música para camaleones”:
-“A pesar de que nací allí, sigue sin ocurrírseme nada bueno de ella. Si cierro los ojos y me imagino Los Ángeles, lo único que veo es una enorme vena varicosa.”
Consigna Truman Capote que, además del “Actor’s Studio, la estrella tomó clases de actuación en Nueva York con Constance Collier, célebre actriz de origen inglés que aceptaba como alumnos “sólo a estrellas.” Capote señala que Marilyn “entró bajo la protección de miss Collier por sugerencia mía”, y nos deja luego el valioso juicio de la actriz inglesa sobre nuestra heroína:
-“Es una hermosa criatura. No lo digo en el sentido evidente, en el aspecto quizás demasiado evidente. No creo que sea actriz en absoluto, al menos en el sentido tradicional. Lo que ella posee, esa presencia, esa luminosidad, esa inteligencia brillante, nunca emergería en un escenario. Es tan frágil y delicada que sólo puede captarla una cámara. Es como el vuelo de un colibrí: sólo una cámara puede fijar su poesía. Pero el que crea que esta chica es simplemente una ramera o cualquier otra cosa, está loca... de locura es lo que estamos trabajando los dos, justamente, ella ensaya “Ofelia”. Creo que la gente se reirá ante esta idea de que Marilyn interprete a Shakespeare, pero en serio, puede ser una “Ofelia” exquisita. La semana pasada estaba hablando con Greta Garbo, y le comenté la “Ofelia” de Marilyn, y Greta dijo que sí, que podía creerlo porque había visto dos de sus películas, algo muy malo, pero, sin embargo, había vislumbrado las posibilidades de Marilyn. En realidad, Greta tiene una idea divertida: quiere hacer una película de “Dorian Grey”. Con ella en el papel de “Dorian” por supuesto. Pues, dijo, le gustaría tener de antagonista a Marilyn en el papel de una de las chicas a las que “Dorian” seduce y destruye. ¡Greta, tan poco utilizada y con semejante talento! Algo parecido al problema de Marilyn, si uno lo piensa... claro que Greta es una artista consumada, una artista con un dominio sumo. Marilyn, esta hermosa criatura, no tiene concepto alguno de la disciplina o del sacrificio. En cierto modo, no creo que vaya a madurar. Es absurdo que lo diga, pero, de alguna manera, creo que seguirá siendo joven. Realmente, espero y ruego que viva lo suficiente como para liberar ese extraño y adorable talento que vaga a través de ella, como un espíritu enjaulado.”
Norman Mailer la visualiza así en ese período:
-“Debemos imaginar a Marilyn en 1955, la heroína más mágica y maravillosa de Nueva York; una estrella de cine en busca de una educación seria a través de la cual proyectarse. Aparte de lo pronta burlarse de ella que estuviera toda la envidia de Nueva York, era forzoso que la confusión se acumulara. Porque, ¿quién podía ser capaz de comprenderla? Ninguna estrella del sexo había abandonado antes Hollywood en la cima de su carrera. Era remotamente probable que su actitud fuera sincera.”
Sin embargo, estaba decidida a demostrar que sabía actuar. Crea su propia empresa “Marilyn Monroe Productions Incorporated”, y se la ve en Nueva York cruzando sus calles rumbo al Actor’s Studio, en una biblioteca, o comprando libros, el ceño fruncido por la concentración. En esa época se acercó, como pudo, a maneras de saber; en especial se acercó a la literatura. Lee a Stanislavsky, Thomas Wolfe, Somerset Maugham y Saint-Exupéry, Eugene O’Neill y Tennessee Williams. Iba sola, al teatro: era una época de oro en Broadway. En Hollywood había conocido a Arthur Miller, que triunfaba entonces con obras memorables. Su reencuentro con el dramaturgo había de transformarse en su último matrimonio. De sus primeros encuentros, Miller narra a Bob Marshall, que la estrella le preguntó: “Dígame, ¿cuál es el escritor clásico más importante?”. A lo que él respondió:
-“Bueno... supongo que Dostoyevski. Y Marilyn ya había leído las obras del novelista ruso. Leía mucho. También leyó a Leon Tolstoi, y me comentaba, entusiasmada, las tramas que iba descubriendo.”
El siguiente es parte de un diálogo que sostiene la estrella con María Romero. De la entrevistadora:
“-¿Le gustaría hacer algún papel especial en el cine? –pregunto, sin imaginar jamás que tendré la más inesperada de las respuestas.
-Sí. Me encantaría hacer “Los hermanos Karamazov” ... de Dostoyevski. Creo que mi carrera alcanzaría su punto culminante, que yo me sentiría realmente actriz, si pudiera hacer el papel de Gruschenka... desde el nombre es fascinante. “Gruschenka” significa “pera madura”.
-¿Y qué haría con su “glamour”? –pregunto, estupefacta, ante esa idea que me parece tan poco apropiada para una muchacha de quien se espera sólo el regalo de su belleza.
-De darme la apariencia apropiada se encarga el departamento de maquillaje...-responde Marilyn con rapidez-. Lo que me atrae es la personalidad de “Gruschenka”, la intensidad de la novela misma. El aspecto físico del personaje es un problema menor y no me preocupa mayormente.”
Poco después, al enterarse, Marilyn, que “Los hermanos Karamazov” sería llevado a la pantalla con María Schnell, Hollywood le dio un golpe. También le negaron “Anna Christie”, basada en la obra de O’Neill, y “Lluvia”, basada en el cuento de Maugham, ¿Llegaría a probar que tenía verdaderamente talento?. Sin duda lo hacía, pero, eso, ella no lo sabía. En 1956 filma una de sus mejores cintas: “Bus Stop”, dirigida por Joshua Logan, y, aplicando, por primera vez y como ella lo entendió, el Método de Stanislavski. Se casa, finalmente, con Arthur Miller, tomando mayor convencimiento de que necesitaba probar que era una verdadera actriz. En 1957 viajan a Inglaterra, donde Marilyn es dirigida y tiene como compañero a Sir Laurence Olivier, ya famoso por sus brillantes interpretaciones de los personajes shakespereanos. Escudada en Miller, la estrella pide a éste que modifique una y otra vez los parlamentos, temerosa de no resultar lógica en el desarrollo de su personaje. La filmación se atrasa uno y otro mes, ante el estupor de Olivier, quien, después de la muerte de la estrella, comentó:
-“Sentía una resistencia subconsciente a ser actriz. No es novedad para nadie, ni deslealtad a su memoria, decir que era difícil trabajar con Marilyn.” Sin embargo, el filme es un éxito.
A 1958 se remonta un eclipse en la vida de la estrella: pierde al bebé que esperaba de Miller. No filma ese único año. En 1959 trabaja en “Una Eva y dos Adanes”, que, hay quienes, como Mailer, consideran “su mayor creación y su mejor película.” Aceptó firmarla sólo porque iba a dirigirla Billy Wilder nuevamente, pero el guión nunca fue de su gusto, según cuenta Lena Pepitone:
-“Su entusiasmo desapareció ni bien leyó el guión entero. La historia trata de dos músicos que presencian un asesinato entre gente de la mafia. Para huir de Chicago y de la banda de criminales, se disfrazan de mujeres y se incorporan al conjunto musical de Marilyn. Cuando Marilyn leyó finalmente el argumento, dijo: “ ¡Es ridículo! He hecho papeles de tonta, pero nunca hasta tal punto. ¿Cómo no iba a darme cuenta de que eran hombres?”. Y terminan la cinta a duras penas; hace repetir incansablemente las escenas: Tony Curtis, en una toma, debe mordisquear 42 veces una pata de pollo por exigencia de Marilyn. Sin embargo, por este trabajo la “Sociedad Francesa de Autores” la premia como “Mejor Actriz de 1959”. Un año después los estudios le exigen hacer “La adorable pecadora”. En la cinta, Marilyn interpreta a una estrella de comedia musical, asediada por un multimillonario tramposo que se hace pasar por actor. Lena Pepitone narra la reacción de Marilyn al conocer el argumento:
“- ¡Es ridículo. Todas las películas que me obligan a hacer son ridículas! Al menos con la Fox. Por eso quiero acabar con el contrato. ¡Haré sólo lo que yo quiera!”
Mailer, señala, al respecto: “En esta cinta su papel es tan vacío como el recuerdo de una vieja película de Zanuck. Así que Marilyn estimula a Miller para que arregle su parte. Una vez más su genial dramaturgo entra en acción; trata de agregar diálogos graciosos a un filme que no lo es.” Los cambios en el texto, hicieron renunciar a Gregory Peck, que la acompañaría; finalmente de Francia llega su coprotagonista, Yves Montand, por quien, según dicen los cronistas de entonces, Marilyn siente una especial atracción. Fue una buena época para ella, un respiro de algunos meses en su vida. Cuenta Lena Pepitone: “En los primeros meses de 1960 Marilyn volvió a Hollywood, esta vez con Miller, para filmar “La adorable pecadora”. Como siempre se hospedaron en el Beverly Hills Hotel, y Marilyn me llamó muy entusiasmada para contarme que Yves Montand y su mujer, Simone Signoret, se alojaban en la habitación continua. En el curso de la filmación Marilyn me dijo que se divirtió más en esa película que en ninguna anterior. “Es por Yves”, dijo. “Vamos juntos al Estudio cada mañana y volvemos al hotel después. Trabajamos juntos en el guión. Lo pasamos maravillosamente. Yves es un gran actor. Me comprende. Ya no me pongo nerviosa.”
Simone Signoret, discretamente, abandona Hollywood y vuelve a París, mientras, durante estos días, la Asociación de Corresponsales extranjeros de Hollywood la premia como a “La mejor actriz de comedia” ese año. Terminada la filmación de “La adorable pecadora”, Yves retorna a Francia junto a su esposa, y Marilyn cae en un perfecto desenfreno. Para salvarla –y para salvar quizás su matrimonio- Miller escribe para ella un guión basado en su cuento “The Misfits”, que será su última cinta completa. Quizás por qué extraño designio, exige ser dirigida por el hombre que le dio su primera oportunidad: John Huston, y compartiendo el estelar con Clark Gable, para quien también sería su última película.

© Waldemar Verdugo Fuentes.

M.M. : Los recuerdos de John Huston.

MARILYN MONROE: LA REINA SOLA / IIIPor Waldemar Verdugo Fuentes. Publicado en VOGUE-México.

La estrella decía deberle su carrera al mítico director John Huston, que vivió el final de su vida en México. En Puerto Vallarta, Huston nos contó cómo recordaba él a Marilyn, cómo la vio en sus principios y al final. Y su recuerdo de la actriz se hace especialmente melancólico.

- Marilyn Monroe y John Huston. El director de cine, "el inventor de M.M.", la recuerda como a "una actriz extraordinariamente buena".


-En "Los Inadaptados", Marilyn Monroe rodeada de John Huston, Clark Gable, Montgomery Clift, Arthur Miller y Elli Walach.



“Los inadaptados” fue promocionada en Hollywood como la más importante producción de 1961. En una entrevista a “Time”, Frank Taylor, designado para producirla, decía: “Este es un intento de hacer una cinta perfecta. No sólo es el guión de un gran escritor americano, Arthur Miller, sino también el mejor guión que he leído jamás. Y contamos con el mejor director para realizarla: John Huston.”
Lo cierto es que a Marilyn no le gustaba su papel en la película, aceptó en un último intento de salvar su matrimonio con el dramaturgo porque sería dirigida por Huston. En una entrevista de 1954, confió a María Romero: “Admiro profundamente a John Huston. Además, le debo mi carrera... lloré lágrimas amargas antes de que Huston, especialmente, pidiera que me contrataran para hacer “Mientras la ciudad duerme”. Fue cuando me descubrió el propio Mr. Zanuck...”. En repetidas veces, la estrella declaró su admiración a Huston. En entrevistas posteriores, diría que “cualquier mujer que esté a su lado no puede hacer otra cosa que enamorarse de él, al menos la primera vez que uno lo conoce. A su lado, una puede sentirse absolutamente cómoda. Le debo mi primer gran papel, en “The asphalt jungle”. En la primera prueba que hice para él, yo estaba terriblemente nerviosa. Pensé que si podía descalzarme estaría mejor, y lo hice. Se suponía que estaba echada en un sofá. No había sofá y le pregunté si podría tirarme en el suelo. Me dijo: “Sí. Por favor, hágalo.” Así que lo hice. Luego quise repetir la escena. Me daba cuenta que, en presencia de Huston, podía hacerlo mucho mejor. Él dijo: “No es necesario.” Insistí. Se sentó entonces con mucha paciencia y volví a interpretar toda la escena. Al terminar, me quedé en silencio, y dijo, en voz alta: “Ya le había adjudicado el papel desde la primera prueba.” Después de trabajar con Huston, la gente se preguntó quién era yo.”
Al menos, debió pensar la estrella, sería dirigida por alguien que ya conocía. Y estaría junto a Clark Gable, que había sido su astro preferido de niña. A Sheila Graham, confesaría: “Durante mi infancia, de hogar en hogar, hubo una época en que entre mis únicas pertenencias tenía una foto de Gable, que yo guardaba con gran celo. Pienso que esa foto me la pudo regalar mi madre. Siempre he admirado a Clark Gable.” Y además iría Montgomery Clift, con quien, en algunas oportunidades había compartido fraternalmente en la larga noche hollywoodense. Aparentemente, todo estaba a su favor. Pero, en cuanto llegó a instalarse al hotel Nevada en que estaban las locaciones, Marilyn se comportaba como quien inicia algo obligado, destinado al fracaso. Protestaba por el desarrollo de su papel, le parecía “poco real”. Haría de divorciada que se va a vivir con un vaquero, Gable, mientras frecuenta a los amigos también vaqueros, compañeros de Gable. Los hombres deciden reunir una manada de caballos salvajes para venderlos como carne. Los hombres casi mueren al capturar los caballos, y Marilyn debía convencerlos para ser dejados nuevamente libres. Marilyn declara a Lena Pepitone:
“-No los convenzo con una explicación de por qué lo que hacen no está bien, no los convenzo con un argumento sólido, sino que lo hago con una gran rabieta, en que debo gritar y patalear. Supongo que pensaron que yo era demasiado estúpida para explicar algo. Y pensar que Arthur me hizo esto. Se suponía que él lo estaba escribiendo para mí. Podría haberme escrito cualquier cosa y sale con esto. Si esto es lo que piensa de mí, entonces yo no soy para él ni él para mí.”
Y, una de las primeras cosas que hace, es exigir espacios separados entre ella y Arthur Miller. Sin embargo, éste se integra igual, aceptando ver a su esposa sólo cuando ella lo exigía algún cambio en su parlamento. También le disgustó que la película fuese en blanco y negro. Le explicaron que el color podría destruir el clima del filme. Ella replicó: “Ya está bastante deprimente tal cual está.” Y comienza, sin embargo, a filmar lo que sería su último trabajo completo, que había de convertirse en la película en blanco y negro más cara de la historia del cine. Es cierto que no tuvo éxito de crítica, pero es una cinta clásica hoy en día. No por su argumento, precisamente, pero por ser el canto del cisne para Marilyn y Gable, y por una excelente dirección de John Huston. Es difícil imaginar que detrás de la humanidad y ternura que expresa la estrella en su actuación, se escondía la catástrofe que ocultaba mujer adentro. ¿Cómo la recuerda en su última cinta el hombre que la dirigió? He conversado con John Huston, en los ochenta, en México, en diversas oportunidades. En 1983, en una entrevista para VOGUE que realicé en su casa de Puerto Vallarta, Huston, que era un hombre muy sencillo, recordaba muchas cosas de Marilyn. Le recordé que él había sido importante en la vida de la estrella, y rehusó el término “importante”, aduciendo que nada era demasiado importante en la vida. Insistí, diciendo que Marilyn no había dejado de declarar que él la había ayudado a surgir. Y Huston dijo:
- Hubo muchas personas que la ayudamos porque era una chica que inspiraba gran ternura, se veía muy desprotegida. Yo la había conocido en 1949, cuando me encontraba filmando We were strangers (“Rompiendo cadenas”). Ella solía venir al set y observar la filmación, era muy bonita, joven y atractiva, aunque había miles como ella en Hollywood.
- ¿Qué se decía de ella en esa época?
- Se hablaba de que la Columbia le iba a hacer una prueba cinematográfica, aunque dichos rumores conducían generalmente al sofá y no al estudio, y yo sospeché que alguien tenía interés en ella.
- ¿Llamó su atención?
- Había algo en Marilyn que despertaba mi deseo de protegerla, y para ayudarla le expresé mi disposición de hacerle una prueba a color con John Garfield como compañero de actuación. Esta prueba era costosa, pero muchos intuimos que sería una estrella. Sin embargo, no volví a verla, simplemente desapareció y me olvidé de ella.
- Luego usted la dirigió en “La jungla del asfalto”.
- Oh, sí, fue en realidad su primera cinta. Cuando estábamos haciendo pruebas para The asphalt jungle, Johnny Hyde, de la Agencia William Morris, me llamó para decirme que tenía a la chica perfecta para la parte de Angela, y me pedía que le hiciera una prueba. Arthur Hornblow, el productor de la cinta, estaba conmigo pocos días después cuando Johnny la trajo; la reconocí como la chica que había intentado salvar del sofá, y justamente la escena que debía leer requería que su personaje estuviera tendido sobre un diván, y no había ninguno en mi oficina por lo que Marilyn dijo: -Quisiera hacer la escena en el piso. Y así lo hizo; se quitó los zapatos sacudiendo los pies, se tendió en el piso y leyó para nosotros. Era una Angela perfecta, y si obtuvo el rol fue porque era extraordinariamente buena.
- ¿Tenía ella preparación como actriz?
- Ella nació actriz, aunque sí tenía una maestra de drama, una rusa llamada Natasha Lytess que se aparecía en el set con ella, y al final de cada toma Marilyn solía mirarla buscando su aprobación; cuando le asentía, ella quedaba tranquila, y estuvo realmente muy bien.
- Ese papel fue el principio para la estrella.
- Sí. Y ella siempre me estuvo muy agradecida. Había estado bajo contrato con la 20th Century Fox, pero ellos habían desistido ayudarla en grande, y cuando vieron el trabajo que hizo conmigo la volvieron a contratar rápidamente; esos fueron sus inicios.
- Años después trabajó con usted en su última cinta completa: “Los inadaptados”, ¿qué recuerda de esa época?
- Yo estaba en mi casa de Irlanda y recibí una llamada de Frank Taylor, quien tenía interés en producir The misfits, en que Marilyn tenía un papel pues el guión era de su esposo; Arthur Miller. Yo acepté y Frank me envió el guión, que era excelente.
- ¿Usted conocía a Miller?
- No, pero admiraba su obra. Lo llamé después y le comuniqué que sería grato hacer el film.
- ¿Cómo se inició el trabajo?
- Primero hicimos unas pruebas de vestuario con Marilyn en Nueva York y luego, Frank Taylor y yo, volamos a Nevada, donde estaban las locaciones y tuvimos que construir algunos sets. Marilyn era famosa respecto a su impuntualidad, por lo que antes de empezar la filmación ordené que el llamado diario se cambiara de las nueve de la mañana a una hora después, esperando que esto hiciera las cosas más fáciles para ella, pero no fue así. Clark Gable, que también estaba en el reparto, solía llegar a trabajar en su pequeño carro deportivo, ensayaba sus líneas con su asistente, y enseguida abría un libro preparándose para la espera. Nunca pronunció una queja y aparentemente no le importaba la hora en que Marilyn apareciera.
- ¿Era muy diferente a cómo usted la conoció?
- ¡Oh, sí! Yo estaba impresionado por sus acciones y por su apariencia; parecía estar en sueños la mitad del tiempo. Su temor era que si no dormía lo suficiente no luciría bien al día siguiente, una idea que llegó a convertirse en obsesión suya, de modo que tomaba pastillas para dormir y pastillas para despertar en la mañana. Le dirigí un sermón a Miller, sin saber que él había hecho todo cuanto estaba a su alcance y había perdido todas las esperanzas. Marilyn llegaba cada vez más tarde a locación, algunas veces sólo lográbamos trabajar un par de horas en el día, y como ella estaba en la mayor parte de las escenas, teníamos que esperar que apareciera para comenzar la filmación. Con el transcurrir de los días se sumergió más en su mundo y con el tiempo se derrumbó completamente, por lo que tuvo que ser enviada por dos semanas a un hospital de Los Ángeles. La filmación se detuvo y tuvimos que pagar a la gente por cada día de trabajo perdido; tan sólo el reparto aumentó nuestros gastos enormemente pues estaban, junto a Marilyn, Gable, Eli Wallach, Montgomery Clift, Thelma Ritter y Kevin McCarthy. Esa fue la cinta en blanco y negro más costosa que realizó.
- ¿Usted visitó a Marilyn en el hospital?
- Sí, por supuesto. Cuando salió parecía tan mejorada que cobré esperanzas, pues alguna vez pensé que The Misfits nunca la terminaríamos. Ella estaba alerta, brillante, y se sentía culpable por su conducta durante la filmación, sabía demasiado bien lo que las drogas le hacían y me preguntó si podía perdonarla, la tranquilicé y volvió a ser ella misma, y podía ser maravillosamente eficaz. No estaba actuando, no estaba fingiendo una emoción, era real. Marilyn era una actriz que se adentraba profundamente en su interior, encontraba el ritmo de actuación perfecto y lo traía al nivel consciente, proyectándolo, y quizás en eso consiste la verdadera actuación.
- ¿A qué cree usted que se deba el hecho de que se la catalogara como símbolo erótico, esencialmente?
- Yo creo que ella, antes que otra cosa, era una buena comediante. Personalmente, nunca sentí su atractivo sexual, tan recurrido por la publicidad que la empapó. En la pantalla se dejaba sentir su fuerza erótica, pero no obstante, en ella había algo más, mucho más que eso. En Europa era muy apreciada como artista mucho antes de ser aceptada en Estados Unidos como algo más que un símbolo sexual. Jean Paul Sartre consideraba a Marilyn como la mejor actriz que existía; cuando escribió para mí el guión de Freud, en 1960, quería que ella desempeñara el principal rol femenino, pero no se pudo.
- ¿Cómo transcurrió el final de la filmación?
- Cuando logramos traer nuevamente a Marilyn a Reno, la recibieron calurosamente en el aeropuerto; antes de desembarcar en el vuelo fletado especialmente para ella, dedicó un tiempo para dejarse fotografiar y conceder entrevistas; aquella fue la ocasión en que le preguntaron “¿¡Qué usa usted por la noche, cuando se va a la cama?”, y ella respondió: “Sólo Channel número cinco.” Nosotros creíamos que todo sería diferente pero en unos cuantos días nos dimos cuenta de que estábamos equivocados, Marilyn volvió a sus antiguos hábitos, hizo que Arthur Miller se mudara a un hotel y ya no le volvió a dirigir la palabra. Un domingo en la tarde le hice una visita en su suite para formarme una idea de lo que podría esperar en los días siguientes: me saludó con gran euforia y después entró como en una especie de letargo, nunca la había visto tan mal; su cabello estaba enmarañado, tenía las manos y los pies sucios y llevaba puesta una camisa de noche no más limpia. Había en ella una especie de vulnerabilidad, se sentía completamente desamparada y lo reflejaba, fue muy conmovedor. De alguna manera sabía, como todos nosotros que algo terrible iba a ocurrirle.
- ¿Terminaron la cinta en su totalidad?
- Así es, y fue una dolorosa experiencia, no sólo para mí, sino para todos, incluyendo a Marilyn, quien empezó otra cinta de la que fue despedida y luego vino su muerte.
- ¿Usted cree que fue accidental?
- Había recibido tratamientos de urgencia varias veces, y con un frasco lleno de somníferos a su alcance y nadie que estuviera allí para salvarla, porque estaba sola, sucedió el accidente porque no creo que haya querido quitarse la vida, ella era parte de la vida.
- ¿Cómo se comportaba Montgomery Clift trabajando junto a Marilyn?
- Eran extraordinarios, ambos. Especialmente en una larga escena detrás de una taberna, frente a un montón de latas de cerveza y automóviles convertidos en chatarra; era una escena de amor que no era una escena de amor y estuvieron magníficos, y el texto era muy bueno, yo creo que Miller estaba en su mejor momento.
- Uno de los cuentos que se han tejido alrededor de “Los inadaptados”, es que el ataque al corazón que acabó con Clark Gable fue debido a una de las escenas que debió hacer para la cinta.
- Eso es absolutamente falso. Nació la historia debido a que en una escena Clark debía luchar con el semental capturado, y unos creen que era él, pero quien salía volando por los aires era un extra, de ninguna manera iba a ser Clark.
- ¿Qué opinión tiene usted de Gable?
- Él se consideraba un actor, no una personalidad de la pantalla, y solía recordar sus comienzos como actor de teatro. Y conocía muy bien su trabajo, dos o tres veces le insinué otra actitud para mejorar su personaje, y él lo hacía cordialmente, pero cada una de esas veces lo hice volver a su actuación original porque yo estaba equivocado. Cuando terminamos de trabajar juntos, él dijo que The misfits era lo mejor que había hecho en su vida, y murió dos semanas después.
- ¿Cómo reaccionaba ante la conducta de Marilyn en la filmación?
- Estaba perplejo. Por Marilyn pasamos muchas horas juntos en su trailer, y parecía que ella le había revelado un mundo para él simplemente desconocido. Gable no entendía lo que estaba sucediendo con Marilyn, pero creía que era algo espantoso. Cuando pude, en esos días, le hablaba horas enteras, y cada vez yo terminaba con un nudo en la garganta: ella sólo atinaba a escuchar. Estaba muy decaída y ninguno sabíamos cómo alentarla; no sabíamos cómo incentivarla, parecía oír muy atenta, pero uno presentía que ya estaba muy, muy lejos. Mis recuerdos de Marilyn son, en su mayor parte, melancólicos.”

Derecha: John Huston y Waldemar Verdugo Fuentes, durante esta entrevista en Puerto Vallarta, México. (Foto Patricia Alizau, staff-VOGUE)
© Waldemar Verdugo Fuentes.
(Publicado en papel en VOGUE)

M.M. : Rubia Tonta y Facil.

MARILYN MONROE: LA REINA SOLA / IVPor Waldemar Verdugo Fuentes.

Marilyn decía: “Me inicié haciendo en el cine de rubia tonta y fácil. Y voy a terminar igual.” Enfrentada, decididamente, a Hollywood, la estrella proclama que todos los papeles que la obligaban a hacer “son ridículos.” No lo sabía, pero era una comediante memorable.



En su última película, que dejó sin filmar, Marilyn nos legó esta imagen suya postrera: desnuda, como se inició cuando fue "la chica del calendario".

El artista es siempre su peor crítico: de hecho, un síntoma del arte es la disconformidad del propio autor. Y Marilyn no fue una excepción. A la actriz nunca la dejó conforme una sola de sus películas.
Tal como señala Mailer, para la estrella, “Los inadaptados” no puede convertirse en otra cosa que en su canonización. Al terminar la cinta se divorció formalmente de Arthur Miller y ya nunca vivió con nadie. En esta época comienza a escribirse el capítulo final de Marilyn, y que se enraíza con John Fitzgerald Kennedy y su hermano Robert. Marilyn conoció al Presidente en el pináculo de su arte: era la mujer más famosa de la Tierra y estaba sola. Enamorarse del político que llegaría a convertirse en uno de los hombres más ilustres de su época, cuando ya era considerado un adelantado, quizás significó para Marilyn un reto. Se conocieron en casa de Peter Lawford, cuñado de los Kennedy y actor de relativo éxito. Desde entonces, estaba intervenido su teléfono; especulándose, incluso, que si el Presidente la abandonaba, Marilyn estaba dispuesta a irse a vivir Cuba, para apoyar el gobierno de Fidel Castro. A mediados de 1961, escribe Stephen Morrison:
-“Marilyn acostumbra a recibir unas ocho mil cartas a la semana. Le escriben desde todo el mundo, y se necesitan canastos especiales para acomodarlas. Ella ni siquiera las recibe en su nueva casa de Helena Drive y allí permanecen en la oficina de Correos hollywoodense. Todos se preguntan, ¿qué pasa con Marilyn? Su rutina diaria comienza alrededor del mediodía, cuando su secretaria, Pat Newcob, la pasa a buscar en un Ford blanco, va de compras, a su abogado o al estudio de su siquiatra, el doctor Greenson. No recibe a nadie extraoficialmente. De noche, la hemos visto salir a cenar con Frank Sinatra y con su ex esposo Joe Di Maggio. Siempre en lugares frecuentados por gente de cine, y sus veladas, generalmente, terminan temprano. Ha reducido su círculo. Su figura y su aspecto son excelentes. Billy Wilder, que la dirigió en “Una Eva y dos Adanes”, había declarado que ya estaba demasiado viejo y rico para dirigirla una vez más, sin embargo, ahora cambió de opinión y dice: “Estoy tentado de hacer un filme con Marilyn, así digan que ya no recibe tantas cartas de sus admiradores. La idea de que Marilyn pueda pasar de moda es lo mismo que decir que el mármol deja de ser apetecido, en circunstancia que hay cien escultores siempre dispuestos a trabajarlo. Es una excelente intérprete; y como actriz cómica no tenemos a nadie mejor. Ella odia su papel, pero nadie más existe que pueda hacerlo.”
El juicio de Wilder era común. También su estatura humana la sostuvo, en público, hasta el final. Tal cual la vio María Romero casi una década antes: “Atravesamos los salones y va quedando una estela de murmullos: “¿Marilyn? Sí... es ella... “Jamás me hubiese imaginado que es tan hermosa!”. Un mozo de hotel se acerca y, rojo hasta las orejas pide a Marilyn un autógrafo. Ella se detiene, pregunta sonriente el nombre del muchacho, firma y luego le extiende la mano con la misma gentileza que tendría para un joven monarca... Antes había comprendido el secreto de su belleza. Ahora se me revelaba el secreto de su magnetismo. A pesar de que se reconoce reina de la belleza y de la fama, Marilyn sabe pisar la tierra. No ha olvidado sus días de miseria ni sus horas de lucha, y tiene la misma sonrisa para el millonario que para el humilde. Fascina bajo la luz de los reflectores, pero en la vida real actúa con l sencillez y espontaneidad de cualquier muchacha... Marilyn no tiene ademanes exagerados. Su voz es suave y cadenciosa, como también son reposados los movimientos de sus manos... Sus ojos azules, aunque grandes, se ven poco porque entrecierra los párpados para hablar. Cuando ríe, muestra unos dientes preciosos, blanquísimos, parejos, infantiles. Sobre la frente le caen dos mechones de pelo que arregla a menudo en un gesto nervioso. Es el único ademán que tiene en relación con su belleza. En ningún momento se retoca el rouge ni se empolva la pequeña nariz. Jamás usa medias y sus pies son blancos, suaves, con las uñas pintadas en rojo orquídea. Aparecen los dedos más allá de la ancha franja de gamuza de sus sandalias que copian unos escarpines. Es bellísima, mucho más de lo que aparece en el cine... Dice que si hay algo en lo cual no tiene planes definidos es en el amor... Aguarda sencillamente... Aguarda con el corazón lleno de esperanzas...”
En enero de 1962 los corresponsales extranjeros de Hollywood, premian a Marilyn como a “La actriz más popular del mundo.” El Estudio, por contrato, la obliga a filmar “Algo tiene que ceder” (“Something gotta give”), la película que no terminaría nunca. A las seis de la mañana, Marilyn abría los ojos al llamado del despertador telefónico del Estudio. Apagaba la luz, porque ya no podía dormir a oscuras, y recibía el aviso de que debía levantarse para una nueva jornada. Llegaba al Estudio y allí la esperaban los jueces implacables, quienes seguían atentamente sus cambios de piel, el nacimiento de una arruga, la sombra de una fatiga, si su belleza seguía o no en pie, si debía ponerse a régimen, si descansar, si reteñirse el cabello o cambiar de crema. Allí se ponía en manos de Paula Strasberg, con quien repasaba una y mil veces los parlamentos, hasta que las dudas la abandonaban, y se sentía segura. Afuera, el veterano director George Cukor, mientras tanto, se impacientaba. Por lo general la filmación no podía iniciarse hasta pasado el mediodía, y Marilyn, que se había levantado a las seis de la mañana, ya daba a esa hora muestras de agotamiento y, por consiguiente, se mostraba irritada. Lo que se conserva de la cinta sólo es lo primero que filmó: las famosas escenas de su baño, desnuda. Al terminar de filmarlas, pudo oír la voz de Cukar que, complacido, le decía: “Estupendo, Marilyn. Sigues siendo perfecta. La más bella de todas.” Ella debió pensar que, después de doce años de cine, después de haber recibido excelentes críticas como comediante, después de todo un trabajo, se le volvía a pedir como única contribución al cine la de su cuerpo, su figura, sin importar siquiera si podía hablar o no. ¿Es que no había progresado bastante? ¿Es que jamás sería considerada sólo como una actriz? Y a Marilyn dejó de importarle el Estudio. No asistía simplemente en las mañanas, llegaba y se encerraba en su camerino, olvidaba el guión... en marzo viaja unos días a Acapulco; de paso se queda en la Ciudad de México y en el hotel en que se hospeda ofrece la que sería su última conferencia de prensa. El cronista de espectáculos Vásquez Villalobos, que estuvo allí, narró así la situación:
-“...No obstante las precauciones, había más de trescientas personas en el salón. Marilyn Monroe llegó a la cita con la prensa con una hora de retraso. Vestía un traje verde, de jersey, ajustado. Inmediatamente fue rodeada por los fotógrafos, quienes se negaron a apartarse de ella durante toda la entrevista. Echaron raíces a sus pies, y no hubo poder humano que lograra moverlos. Los redactores nos vimos obligados a subirnos a las sillas para conversar con la estrella. Incluso hubo quienes se colaron por entre los pies de los demás para cumplir su cometido. Hacía un calor insoportable. A pesar del motín, la preciosa estrella no se inmutó. Sonreía encantadoramente y entornaba los ojos, o bien lanzaba besos a las cámaras. La intérprete de la estrella se vio en aprietos ante el alud de preguntas de los periodistas y de los admiradores que se hacían pasar por reporteros. ¡Qué de tonterías le preguntaron! ... Marilyn habla con voz tersa, como un murmullo. Dejó que la falda subiera un poco más arriba de las rodillas y bebió un sorbo de champaña que le habían servido en una copa. Alzó la copa y brindó por México... Varios agentes de la Dirección Federal de Seguridad custodiaban estrechamente a Marilyn, pero ella parecía no sentir ningún peligro. Está acostumbrada a enfrentarse a los hombres. Trescientos estábamos frente a ella y éramos una insignificancia...”
En Hollywood, la estrella tenía detenida la filmación de “Algo tiene que ceder”, y, al volver de México, siguió irregularmente el trabajo. En esos días, el fotógrafo George Barris la retrató para VOGUE en las playas de Santa Mónica, con un grueso chaquetón de lana artesanal que había comprado en México. Está bellísima y no volvería a permitir ser retratada, no, al menos, oficialmente. Mailer advierte de estas fotos que, “en los ojos de Marilyn no llega a verse ningún suicidio. Solamente se ve una mujer sensible y delicada, en la playa, y parece pensativa. Pero la cuestión a destacar es que mal parece estar a punto de acabar.” Mientras tanto, las toma que le hiciera Larry Schiller para la cinta que estaba filmando, desnuda en la piscina, se filtraron a la prensa y aparecían en publicaciones de todo el mundo; sólo en América, entre febrero y abril, aparecieron en la portada de 32 revistas. En esos días, Marilyn falta varias semanas al Estudio “por enfermedad”. Dispuestos a no tolerar más sus estados de ánimo, la Fox decide despedirla y sustituirla por otra actriz rubia; su coestrella, Dean Martin, amenaza con abandonar el filme si sale Marilyn. En medio de la polémica, la estrella decide viajar a Nueva York, donde, el 19 de mayo, hace su última presentación pública, en el Madison Square Garden, en una fiesta que varias artistas organizaron para celebrar los 45 años del Presidente Kennedy. Marilyn apareció en el escenario enfundada en un vestido ajustadísimo, de malla tejida con lentejuelas, que sólo le permitía dar pequeños pasitos. De lejos, así, “semejaba una aparición maravillosa”, según narra Bob Marshall: “Marilyn le cantó al Presidente el Happy Birthday ante veinte mil concurrentes electrizados por su presencia. Delante de ella todos estábamos estremecidos. Causó sensación. El Presidente dijo: “Ya puedo retirarme de la política, después de este Happy Birthday que me ha cantado miss Monroe.” Durante esa aparición en público fue ovacionada calurosamente. Pudo comprobar que seguía siendo famosa, y ganó un admirador insospechado: el propio Ministro de Justicia, “Bobby” Kennedy, quien, al decir común de los biógrafos, se ha prendado de Marilyn.”
Nadie sabe, en verdad, si es que alguna vez Marilyn se topó con el verdadero amor. Su único acompañante asiduo en sus últimos días fue, efectivamente, Robert Kennedy. Ella, de vuelta en Hollywood, se integra nuevamente al Estudio para tomar las últimas escenas que alcanzaría aún a filmar de “Algo tiene que ceder”: aquellas en que aparece conversando con un niño, que hoy suelen verse en las películas que sobre la vida de la actriz se hacen. Trabajó muy poco; a veces, cuando llegaba al Estudio, poco después aterrizaba un helicóptero y Marilyn abandonaba la filmación. En esos días, a Louella O. Parsons, la primera cronista en ocuparse de ella, le da Marilyn su última entrevista. Por supuesto, no citan a Kennedy, pero Marilyn le confiesa que está con alguien; le dice: “El amor es la única cosa inmortal que tenemos. Sin eso, ¿Qué puede significar la vida?.” Comenta “Algo tiene que ceder” como de un trabajo que está realizando por obligación de un contrato, dice; “El argumento es pésimo. La única preocupación que tienen es que luzca bien, pero, casi no puedo hablar. Hemos tomado una escena en que debo expresar a un niño que soy su madre, y el niño tiene parlamentos más inteligentes que los míos.” Le pregunta Louella cómo se siente haciendo, por primera vez, de madre. Y Marilyn responde: “Pensé que podía ser maravilloso, cuando leí el argumento. Quizás lo más importante que encontré. Pero, cundo llegué al Estudio, el primer día de filmación, noté que el niño que interpreta a mi supuesto hijo, huía de mí. El niño escapaba cada vez que yo intentaba acercármele. Cuando me dio la oportunidad, le pregunté por qué huía de mí, y respondió: “Miss Monroe, sólo puedo estar junto a usted mientras estamos delante de las cámaras. Me han dicho que si no lo hago así, me iré al infierno.” Louella le pregunta por qué no ha recibido la correspondencia, cartas de admiradores de todo el mundo que se acumulaban por miles en Correos. Marilyn dice:
-“Mi casa es pequeña. Es casi sólo una alcoba. He de mudarme a una casa tan grande que pueda guardar al mundo, a quien pertenezco. Yo pertenezco al público no por mi talento o belleza, sino porque nunca he pertenecido a nadie más.” Marilyn se aproximó secretamente a su fin. El primero de junio celebra sus treinta y seis años; en los libros que pretenden contar quién era, se puede ver aquella fotografía en que está a punto de soplar las velas en una torta de cumpleaños. Después de ver aquella foto, comentaría a su amiga Pat Newcomb: “Mi boca sonríe, pero mis ojos están muertos.” Dos semanas después, cuando su abogado le comunica que ha sido despedida definitivamente de la Century Fox, para Marilyn representaría un fuerte golpe, que había de acercarla irremediablemente a la tragedia, según la misma Pat Newcomb, quien, la mañana del seis de agosto, ante el cuerpo ya sin vida de Marilyn, gritaría a los reporteros: ¡Buitres! ¡Buitres! ¡Sigan, sigan fotografiándola!.
© Waldemar Verdugo Fuentes.

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M.M. : Muerte e Inmortalidad.

MARILYN MONROE: LA REINA SOLA / FINALPor Waldemar Verdugo Fuentes. (Fragmentos Publicados en VOGUE-México)

Es imposible comprender qué pensamiento se cruzó por la mente de Marilyn cuando ocurrió su eclipse, esa fracción de tiempo en que se hizo inmortal. Hoy, tenemos sus viejas películas (y tan nuevas). Y sigue viva en nuestra memoria colectiva, radiante y hermosa, como regalo inmortal para el hombre del siglo XX de oro.

 

"Nunca pertenecí a nadie. Por eso puedo ser de todos". (M.M.)


Antes de devolverse a la distancia, en Jerusalén, Arthur Miller declaró a EFE que, “si se pudo asesinar al Presidente de Estados Unidos, John F. Kennedy, también es posible que la muerte de Marilyn Monroe fuera un
asesinato. No tengo pruebas para afirmar con certeza que eso es lo que ocurrió a mí ex esposa Marilyn en 1962.”
Lo cierto es que, a partir del eclipse de la estrella, se ha especulado sobre la razón de su partida. Ella no tenía problemas comunes que la indujeran al suicidio, por decir, no le faltaba dinero, o sea, el fantasma del hambre ya no la acechaba. Y, si bien la había despedido el Estudio, ofrecimientos de trabajo le sobraban: sobre una mesa sencilla que la actriz ocupaba de escritorio, se encontraron 12 guiones de América y Europa que la pedían como estelar, y aceptar cualquiera le hubiera significado una entrada inmediata de un medio millón de dólares. Claro que ella no estaba en plan de aceptar cualquier guión en ese momento. Se ha especulado, entonces, desde que se supo la noticia. La quinta noche de agosto de ese 1962, la más luminosa estrella de Hollywood había sucumbido ante una sobredosis; lo más posible es que se apagó por accidente, es que... hacía calor y estaba sola. Se fue sola y todos los hombres deseándola. La encontraron casi acurrucada en su cama, desnuda, con su mano derecha aferrada al auricular del teléfono, envuelta en la débil luz de una lámpara de velador. Para Mailer, su muerte convirtió a Marilyn Monroe en la “Primera Dama” de los fantasmas norteamericanos: “ ¡Qué sacudida fue para los sueños de la nación que el ángel muriera por una dosis excesiva! Fuera suicidio premeditado por ingestión de barbitúricos o suicidio accidental por perder la cuenta de la cantidad de barbitúricos que había tomado, fuera un fin aún más siniestro. Nadie pudo saberlo. Su muerte se cubrió de ambigüedad...” ¿Qué tan tremendo debía pasar en la mente de Marilyn la tarde anterior de su eclipse? Nadie lo sabrá jamás. No dejó ninguna nota escrita; no le hizo comentarios a nadie. Esa tarde llamó por teléfono al doctor Greenson: “¿Qué puedo hacer para dormir?”, preguntó la estrella, y el médico le sugirió un paseo en automóvil por la playa. Ella no salió. Según el testimonio del ama de llaves, Eunice Murray a Christopher Olgisti de la BBC de Londres, 1985, la estrella su último día fue visitada por el correo en la mañana, negándose a recibir al enviado, a quien entregué su recado: “Muy pronto recibiré toda la correspondencia acumulada.” En la tarde, declaró la señora Murray, la visitó Robert Kennedy, quien se retiraría temprano, porque Marilyn estaba de mal humor, “odiaba sentirse sola, pero, aparentemente, no quería ver a nadie.” El ama de llaves descubrió el cuerpo a las 3.35 horas de ese sábado, cuando, desconcertada porque un disco de Sinatra se repetía una y otra vez en la habitación de Marilyn, decidió llamar para preguntarle si necesitaba algo: “Después de haber llamado con insistencia a su puerta y luego de no recibir contestación, llamé al doctor Greenson, quien rompió un vidrio y entramos al dormitorio, encontramos a Marilyn ya sin vida. Luego de comunicarnos con el doctor Engelberg, su médico internista, sólo atinamos a esperar, incrédulos, hasta las 4.25, en que llegó la policía.” Sólo para certificar que la actriz ya había trepado por la cuerda celeste, y había huido hacia las alturas, con sus ojos que ya no serían más cegados por los flashes, con su destino ya superado. No había nada preparado para impedirle que partiera, y abrazó al infinito, sola, con su cuerpo de mármol pálido. Se fue en silencio, apenas acompañada por la voz que escapaba de un disco, como para que a nadie se acusara de su tragedia, de su vida, y todos algo tuvimos que ver con su vida, al menos, los que vivimos algo de su tiempo. Se fue llevándose los ademanes inseguros de cuando no estaba actuando, acabando su temor a romper a romper la ilusión; se fue sabiendo que, lo más posible, era que ningún nuevo encuentro traerá para ella la salvación. Siempre será a la “otra” Marilyn a la que le sucedan las cosas, no a ella misma, a la otra que sonríe desde los anuncios luminosos. Irremediablemente condenada a símbolo sexual de una civilización, esta tarea desmesurada le cerró toda otra puerta posible, se borraron de su mente todas las otras salidas que no dan a la muerte. Quizás algo así como el hastío barría su memoria, entrechocándose con el tic-tac, tic-tac, de su corazón enorme. Debió ser a la hora en que ella luchaba contra el vértigo, embriagada para escapar de las fieras que esperan en los laberintos oscuros, cuando quiso dar otro paso, cuando estaba tan alto que no había más, y, cayó al vacío que es la muerte. Aquí, nadie reclamó de inmediato su cuerpo abandonado en la casita de Helena Drive, entre cajas con miles cartas que ya ni cabían, entre restos de cosas, ropa en desuso, frascos vacíos.
Mientras, todo el mundo lloraba su muerte. Quizás, por eso, nadie acudió a rescatar de inmediato sus restos. Por orden del juez del condado su cuerpo es entonces trasladado a las bóvedas refrigeradas del Ayuntamiento de Los Ángeles, hasta que alguien viniera, para quedar oficialmente transformada en el caso N. 81.128 del juez de primera instancia con rótulo de “Posible suicidio.” Un día después, Joe Di Maggio solicitó el privilegio de hacerse cargo de su entierro. Sheilah Graham escribió en UPI: “... los funerales de Marilyn fueron tranquilos. Ninguna estrella de cine fue invitada, a fin de que el trágico momento no se convirtiera en espectáculo. Sólo la acompañaron Di Maggio y su hijo, Paula y Lee Strasberg y antiguos empleados de la estrella... Marilyn yacía en un sencillo ataúd dorado y vestía de verde. Joe Di Maggio colocó en su pecho un ramo de flores y la despidió, llorando, con un beso en la frente. Aunque Marilyn se había convertido al judaísmo, al casarse con Arthur Miller, la ceremonia se hizo conforme al rito luterano. Miller envió una corona, pero excusó su asistencia. Di Maggio fue el último en salir del cementerio de Westwood Village en Los Ángeles. Los cientos de personas que rodeaban el campo santo se abalanzaron entonces a la tumba y arrancaron las flores en recuerdo.” Miguel de Zárraga Jr., corresponsal en Hollywood para varios países latinos, enviaba así lo que vio: “Su entierro se realizó el miércoles 8 a las 13 horas. La misa, en la Village Church del mismo cementerio en el 1225 de South Glendon Avenue, fue ofrecida por el Pastor A. J. Soldan, que basó su sermón en la cita “que maravillosamente fue hecha por el Creador.” También leyó el Salmo 23. La alocución mortuoria estuvo a cargo del maestro de actuación Lee Strasberg, que dijo estas palabras:
“-Marilyn Monroe era una leyenda. En vida, creó un mito de lo que una niña pobre puede lograr. Para todo el mundo se convirtió en el símbolo del eterno femenino. Pero no tengo palabras para describir ese mito ni esa leyenda. Yo no conocía a esa Marilyn Monroe. Nosotros, los que nos reunimos hoy aquí, conocíamos sólo a Marilyn, un ser humano cálido, impulsivo y tímido, sensitivo y temiendo ser rechazada, y sin embargo ávido de vida y tratando de realizarse. No insultaré el recuerdo personal de cada uno tratando de describirla para ustedes, que la conocieron. En nuestros recuerdos se mantiene viva y no sólo como una sombra del cine o una personalidad “glamorosa”. Para nosotros, Marilyn era una amiga devota y dedicada, una colega en búsqueda permanente de perfeccionamiento. Compartimos su pena y sus dificultades y algunos de sus goces. Era parte de nuestra familia. Es difícil aceptar que su ansia de vida haya terminado con este horrible accidente. A pesar de las alturas y brillos ya conquistados en el cine, seguía planeando para su futuro. Y confiaba en todas las cosas atrayentes que preveía para más adelante. A sus ojos –y también a los míos- su carrera recién empezaba. El sueño de llegar a demostrar su talento no era un ansia infantil; era una realidad. La primera vez que se me acercó quedé asombrado de esa sensibilidad que había logrado mantener incólume a pesar de todos los problemas y esfuerzos de su vida y su carrera. Otras eran básicamente tan bellas, pero obviamente había algo más en ella, algo que la gente veía y apreciaba en sus papeles y con lo que ella se identificaba. Tenía una cualidad luminosa –una combinación de brillo, ternura y ansia- que la separaba de los demás y, al mismo tiempo, hacía que el resto de la gente quisiera participar, ser parte de esa ingeniosidad suya, casi infantil, que era a la vez tímida y vibrante. Esa cualidad se hacía más evidente aún en un escenario teatral. Siento que la gente que realmente la quiso no tuviera la oportunidad de verla, como nosotros, en los numerosos papeles que anticipaban una extraordinaria carrera. Sin duda alguna habría llegado a ser una de las más grandes actrices de nuestro teatro. Y tampoco puede decirse que todo ha terminado. Confío en que su muerte despertará simpatía y comprensión hacia esta artista sensitiva, hacia esa mujer que proporcionó alegría y encanto al mundo. No puedo decir adiós. Marilyn detestaba las despedidas, y copiando esa manera que ella temía de dar vueltas las cosas para enfrentar la realidad..., diré “hasta la vista”. Después de todo, a ese país a que ella ha partido todos iremos algún día de visita.”
Después de la ceremonia, narra De Zárraga Jr., “el ataúd de Marilyn fue trasladado desde la iglesia al campo santo a través de una fila de guardias uniformados. Al lado de afuera de las murallas del cementerio, numeroso público, fotógrafos y cámaras de televisión, sobre plataformas especialmente levantadas, trataban de ver el acto. Cuando los escasos asistentes al entierro abandonaron el campo santo, toda la avalancha de público corrió hasta el nicho de Marilyn.”
Desde entonces, en las numerosas biografías que se han escrito, no existe, no hay una versión exacta, definitiva, de su “verdadera” muerte, por decirlo de alguna forma. Hay autores, como Fred Lawrence Guilles (en “Los últimos años de Marilyn”) que, francamente, atribuyen su deceso a una sobredosis. Otros investigadores, como Robert Masser (en “La última noche de Marilyn”) sostienen que una sobredosis de Nembutal, que la estrella solía usar, la hubieran obligado a dejar señales, como, por ejemplo, vómitos, que es lo que ocurre con una sobredosis. Su cuerpo no presentaba los típicos síntomas de un envenenamiento, en que el cadáver se encuentra generalmente con sus dos manos aferradas al estómago: se la encontró con una mano sobre su cadera y la otra fuertemente aferrada al auricular. Sigue Masser: “Se sabía que el teléfono de Marilyn estaba intervenido desde que inició su relación con los Kennedy, ¿Cómo, entonces, no sabemos a quién ella llamaba, o con quién francamente hablaba? Surgió entonces la versión sobre asesinato, y candidatos a culpables de ello hay dos: el FBI y la mafia.” Norman Mailer, al respecto, ha cuestionado: “¿El FBI?. Pero ¿Qué rama del FBI? ¿La que protegía la reputación de los Kennedy o la que acumulaba pruebas contra ellos?”.
Dice Masser: “Se sabe que el Ministro de Justicia estuvo con ella hasta antes de las veinte horas, cuando la llamó el hijo de Joe di Maggio desde una Base Naval en San Diego: éste ha dicho que Marilyn fue coherente y nada presagiaba una tragedia. A esa hora, a Bobby se le vio, solo, en el aeropuerto de Los Ángeles, rumbo a San Francisco; el aeropuerto llegó con su guardia personal en un helicóptero que lo trasladó desde Malibú, donde está la casa de Peter Lawford. Negándose, en lo que a Bobby respecta, cualquier participación posterior. Sin embargo, la otra versión señala que Marilyn llamó a la casa de Lawford en búsqueda de auxilio, sabiendo que allí estaba Bobby. Este y Lawford habrían acudido a casa de Marilyn, encontrándola en estado de coma. La decisión inmediata fue llevarla al Santa Mónica Hospital, en donde Marilyn, realmente, habría muerto; regresando, de inmediato, el cadáver a su casa. La evidencia siniestra de esta historia la proporciona Walter Shaefeer, dueño de una empresa de ambulancias que lleva su apellido, quien asegura que Marilyn estaba en coma en su casa, y que murió posteriormente en el Santa Mónica Hospital, donde no existe el menor indicio de que así haya ocurrido. Peter Lawford acepta que Marilyn lo llamó para despedirse y que él fue la última persona que habló con la actriz, sintiéndose culpable por no haberla ayudado.” Dice Deborah Gould, esposa de Lawford luego del divorcio de éste de Pat Kennedy. (en “Marilyn” de Lee Taylor) que, “la noche en que Marilyn murió, ésta telefoneó a Peter y le dijo que no resistía más y que sería mejor para todos si ella moría; Peter no la pudo ayudar porque esa noche estaba borracho.” En “La historia el hombre que controló América”, escrita por Chuck y Sam Giancana, parientes del jefe mafioso de la época Sam Mooney Giancana, sostienen que éste mandó a asesinar a Marilyn para desacreditar a los Kennedy, involucrando a Robert en el asunto. Mooney Giancana era uno de los afectados por la persecución gubernamental que iniciara el Presidente Kennedy contra el crimen organizado. Así, relatan, “cuando Bobby abandonó esa noche la casa de la diva, ingresaron cuatro asesinos, que la sedaron, con un supositorio especial de Nembutal; la idea era implicar al Ministro de Justicia. Sin embargo, el FBI, que dependía directamente de Bobby, habría alcanzado a sacar los elementos que delataran la presencia en el lugar de su jefe y crearon la sensación de suicidio para cuando llegara la policía.” Hay otras tantas versiones, y algunas tan contradictorias en sí misma, que ni viene al caso tratar. Lo cierto es que, hasta ahora, nadie ha aclarado o desmentido los hechos, y, lo más probable, es que nunca sepamos la verdad, difuminada por las recreaciones de que se alimenta el mito. Dice Mailer: “La muerte de Marilyn se cubrió de ambigüedad, como la de Hemingway se enturbió de horror, y como las muertes y los desastres espirituales llegaron uno tras otro a las reinas y los reyes norteamericanos, como mataron a John Kennedy, y a Bobby, y a Martin Luther King...”
El desaparecimiento brusco de Marilyn, su tragedia, dentro de su aparente trivialidad, ha de ser considerado como uno de los actos dramáticos que ha sufrido la memoria colectiva del siglo XX. Ideal, como la vemos en sus películas, en las tantas fotos (y tan pocas), enriquecido el mito, Marilyn no es una leyenda; ella es más que una actriz ahora, más que simplemente la creación por excelencia de Hollywood, con un destino predecible: Marilyn conforme un aspecto de la cultura del siglo (y, en especial de la cultura norteamericana, naturalmente). ¿Cómo fue posible que a esta mujer la dejáramos sola, tan brutalmente sola? Este siglo es un mundo de apariencia fabulosa, pero, en el futuro, ¿Podrán siquiera imaginar lo que sufren los individuos? Cada cual ha debido envolver su impresión en desenvoltura, a perderse. Se utiliza como imagen del hombre del XX comparándolo con el cortocircuito eléctrico en arco reflejo libre, viviendo entre la excitación (sensorial, afectiva, imaginaria) y la descarga del comportamiento motriz; con su psiquis colapsada, consciente e inconsciente reducido a máscara. Con la reflexión interior obligada a cumplir su rol neutralizador enfrentada a extremas dificultades. Enfrentado al ancestral conflicto propio de la razón de ser, que evade, sólo parece servir mantenerse a resguardo de los riesgos anteriores, de la sorpresa, que caracterizan a la época, en que uno se compara con otro y se desploma, como si ignorara la existencia de ese orden oculto a cualquier entendimiento. ¿Se sufre más en el siglo XX de lo que sufrieron generaciones anteriores? Eso, no podremos nunca saber con certeza. Ciertos antecedentes, como, por ejemplo, las estadísticas de suicidio, son demasiado recientes, para evaluar, de alguna manera. Cada acto de comportamiento suicida rompe la armonía inherente a lo humano, por supuesto; y, en especial, el de Marilyn representa el drama de una mujer que, enfrentada a su época, llegó a los 36 años, se encontró sola, era verano y pensó que su trabajo era un fracaso, decidiendo, en una fracción de segundo, disolverse en aquella noche de agosto. Hoy, llegan a diario caravanas de automóviles a visitar su tumba en el Westwood Memorial Park, donde, cada amanecer, hay rosas frescas. Sobre su sepultura, en un bello jarrón, un anónimo admirador marcó esta leyenda: “Marilyn, nosotros comprendemos.”
© Waldemar Verdugo Fuentes.
(Fragmento de "El Sentido de la Vida")

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